El norte de Brasil tiene ese nosé qué que atrae tanto a los argentinos que los enamora, y para nuestra agente de ventas María Fernanda Etchepareborde no fue la excepción. Invitada por Juliá Tours recorrió Pipa y Natal durante siete días, y en esta nota nos cuenta los secretos de este destino encantado.
Natal, ciudad de dunas
En vuelo directo o con escala, se llega primero a Natal que, con su impronta de ciudad (es la capital del estado de Río Grande del Norte) atrapa por sus grandes dunas de arena costeras, detrás de las cuales se levantan algunos complejos de hoteles construidos bajo normas de preservación para el cuidado de ese extenso parque ecológico.
A unos dos kilómetros, encontramos la zona más turística que se llama Ponta Negra. Allí el movimiento es más intenso, con bares y comercios que atraen a los visitantes. Pero, para los más aventureros, la diversión está en las excursiones que incluyen paseos en buggie por las dunas de la playa Genipabu, un día completo a pura adrenalina en el que también se puede hacer sandboard y, por supuesto, paradas fotográficas para registrar la belleza del paisaje.
Palmeras, arrecifes de coral, aguas cristalinas y cálidas son la razón por la que llaman a Maracajaú el caribe brasileño. Y con esas referencias, Fernanda no se lo podía perder. Hasta allí llegó todo el grupo en lancha, algunos subieron directamente a una plataforma para descansar rodeados de mar mientras probaban algunos tragos del bar, y otros se sumergieron con su snorkel para sorprenderse con lo que los esperaba debajo del agua. “Un arrecife de coral precioso y peces de todos los tamaños y colores”, recuerda Fer que hasta se cruzó con Nemo.
Una visita que sorprendió a nuestra representante es la del árbol de cajú más grande del mundo, un anacardo que ocupa una superficie de 8.500 metros cuadrados y tiene un perímetro de 500 metros, por lo que en 1994 fue incluido en el Libro de Récord Guinness. Este ejemplar, que fue plantado en 1888 por un pescador, aún sigue dando castañas de cajú, fruto típico de esta región que ¡nadie se puede ir sin probar!
Pipa, villa de pescadores
Los casi 90 kilómetros que separan Natal de Pipa son una obligación hacerlos si se quiere completar el viaje conociendo un lugar de ensueño. Mucho más pequeña, es una antigua villa de pescadores descubierta turísticamente en los años 90 por unos surfistas pero que aún mantiene su esencia de pueblo con calles adoquinadas y casas de colores. “Las familias y pobladores siguen viviendo de la pesca”, cuenta Fernanda y resalta que con la actividad turística “se evitó que los jóvenes se vayan de Pipa”.
La oferta de alojamientos es muy variada pero todas las opciones están rodeadas de frondosa naturaleza. Así, nos encontramos con una posada en lo alto de un acantilado y con su escalera de 80 escalones que nos dejan directo en la playa, otros hoteles a 20 minutos de la costa pero con todas las comodidades para no moverse de allí, por supuesto, también hay opciones para quienes buscan conectarse con la energía natural del lugar. «Una particularidad es que además de desayuno y opción de media pensión, muchos hoteles incluyen merienda”, cuenta nuestra agente de ventas.
Pipa se caracteriza por sus acantilados, que la hacen tan atractiva como incómoda porque, en ocasiones, impiden el acceso a la playa, obligándonos a caminar unos metros más. También la marea es protagonista y puede jugarle una mala pasada a algún turista desprevenido que no tenga en cuenta los horarios de subida y bajada del mar que se detallan en un folleto que se entrega a los visitantes. “Cuando se va el agua, en algunos sectores se forman piscinas naturales”.
Pipa tiene varios atractivos por descubrir en sus playas, nos cuenta Fernanda. Entre ellos, si tenemos suerte, “en la llamada Bahía de los Delfines podemos ver muy de cerca a estos simpáticos mamíferos, yo alcancé a verle la aleta a uno pero mi compañera lo vio completo”.
Si bien Pipa es un lugar que se puede hacer en una excursión de un día, “es muy linda para quedarse algunos más”, asegura Fernanda y agrega que los enamorados no pueden dejar de ir a la playa del amor que “tiene un acantilado desde el que hacia abajo se ve una piedra con forma de corazón y todas las parejas se sacan una foto allí para que se vea de fondo”.
Como todo viaje que nuestros agentes hacen de familiarización de un destino, este fue una nueva oportunidad para Fernanda de “conocer al receptivo, los guías locales y los servicios que brindan de la misma manera que lo haría un turista. Además, no es lo mismo ver un destino por fotos o leer una reseña que haber estado allí, al momento de vender se transmite de otra manera”, concluye.