En el mes de noviembre, María José Zanoteli -encargada de Ventas en la oficina de Boomerang Viajes en San Nicolás- participó, junto a Viviana Canteros (Ventas Buenos Aires), del Encuentro Anual de Emprendedores TSNOA en la provincia de Salta. Allí visitó a las comunidades guaraníes Peña Morada, La Salamanca y Yariguarenda, con las que compartió una hermosa experiencia que cuenta en primera persona.
La comunidad Guaraní Peña Morada, ubicada a pocos más de 32 Km al norte de Tartagal sobre la ruta nacional 34 camino a Salvador Masa, es el último poblado argentino antes de ingresar a Bolivia. La frontera está a solo 23 km, lo que hace que muchas a veces la señal de celular sea de empresas bolivianas o que dos por tres entre el mensaje del consulado Argentino en Bolivia ¡dándonos la bienvenida!
Nuestra visita incluyó tres comunidades guaraníes: Peña Morada, La Salamanca y Yariguarenda, ubicadas todas a la veda de la ruta 34, distantes entre sí unos pocos kilómetros.
Como elemento común de la cultura Guaraní, las tres comunidades tienen el mismo origen en Argentina, la migración del pueblo guaraní desde Bolivia con motivo de la guerra entre ese país y Paraguay. Hablar con sus caciques es, ante todo, conocer quiénes son, de dónde vienen. Tienen muy claro hacia dónde van, quieren que su cultura continúe intacta y trascienda a esta primera generación llegada de Bolivia.
Uno de los modos que han encontrado para cumplir su meta es abrir sus comunidades al viajero respetuoso, al que entiende que allí está el tesoro de su viaje. Escuchar sus historias relatadas a la sombra de enormes árboles de mango y papaya es un privilegio para quienes abrazan el turismo solidario y sustentable, nos transforma de viajeros a portadores de sus saberes.
Los invito a ir a lo profundo del chaco Salteño, por medio de estas tres comunidades que nos abrirán sus puertas para compartir sus tesoros.
Peña Morada, de la mano de su cacique Francisca
La mañana se inicia en Peña Morada, una comunidad pequeña donde nos recibe Francisca, Cacique del lugar. Tiene una sonrisa sincera, que nos invita a sentarnos a su mesa. Ella es ante todo “Maestra”, se dedica a la cestería y muchas jovencitas de la zona van a diario para aprender de sus saberes.
Nos sumamos a su taller, sin saber el oficio y sin vocación, aunque sí con mucha voluntad. Comenzamos por la materia prima, una especie de liana fina que cada tanto, solo cuando lo necesita, recoge del monte. Primer consejo: nada se tira ni se acumula sin necesidad.
Con apenas un cuchillo pelamos la liana y la partimos en 4. Así, sin más, la magia comenzó a dar sus frutos.
No sin mano firme, nos enseña a dar forma a nuestro cesto, todos queremos saber qué estamos haciendo pero Francisca nos dice: Usted haga y espere…. ya le voy a decir.
Los dulces retos se van matizando de anécdotas sobre cómo aprendió el oficio, de sombreros que ya no hace porque no se consiguen más las ramas de palmeras, de sus nietos y la escuela, adonde hoy enseñan guaraní. Francisca siente orgullo de que hoy sus hijos anden con la frente en alto de saber quiénes son. “Antes eso no pasaba”, dice.
Entre charla y charla ¡vemos nacer el milagro en nuestras manos! Unos para arriba, unos para abajo y se va tejiendo algo que nos entusiasma cada vez más porque no lo podemos creer. Nuestra panera va tomando forma. La simple liana se va transformando en algo cada vez más bonito. Para algunos es terapéutico, para otros desestrezante. Francisca no puede creer lo contento que todos estamos y nos dice: ven, esto es lo que nosotros queremos, que vengan y compartan con nosotros.
Llega la hora del almuerzo, 100% natural. Nos reciben con canelones con espinacas de la huerta sin conservantes ni aditivos, con jugo de naranja exprimido para beber. Nos cuentan de un sueño y de su proyecto a medio hacer. Hay muchos frutales en la zona (mango, papaya, naranja, pomelo, limones y lima, entre otros) y están tr
abajando en la construcción de una cocina taller para poder realizar la elaboración artesanal de conservas de frutas.
Para el postre nos prepararon mazamorra, de solo verla en ese cuenco de cerámica, me transportó a mi infancia. Cuando la probé fue un viaje directo sin escala a la cocina de abuela Ñata. Doña Francisca, la cacique Guaraní de Peña Morada, logró con una simple taza de mazamorra hacer que esta viajera de varios mundos re descubra el valor de lo simple, fui entonces, en medio de ese verde paisaje, u
na niña de 43 años. Confieso que he visto muchos paisajes, estreché muchas manos pero las de Doña Francisca serán siempre especiales para mí. Me fui con mi canasto en la mochila, a continuar el camino Guaraní Salteño, porque otra comunidad nos esperaba, La Salamanca, a unos 15 minutos de allí.
La Salamanca, entre bailes y artesanías
La Salamanca nos recibe con un patio de tierra impecable, recién barrido, la mesa bajo la sombra larga, toda la comunidad nos espera. Son las mujeres el eje que encienden el fogón y da vida a la comunidad.
Sus coloridos trajes nos hablan del El arete guasú, la celebración sagrada del pueblo Guaraní que tiene lugar desde tiempos inmemoriales, cada año, en sus territorios ancestrales, cuando suenan los tambores que invitan a bailar y anuncian el tiempo del carnaval.
En La Salamanca nos enseñan sobre este baile tan arraigado en su cultura y nos revelan su esencia y sentido de gran familia. Se baila en círculo y por largas horas. Cada familia hace su propia chicha (bebida típica), con más o menos días de fermentación, y la alegría es constante. Por medio de la danza aprendemos también sobre la cosmovisión de este pueblo, sus creencias y el saber ser.
Andrés, artesano guaraní, nos asombra con su arte cuando de un trozo de madera hace nacer una máscara chané, con solo algunas herramientas básicas como un cuchillo y un serrucho vamos descubriendo la figura de una cabeza de zorro. Mientras muchos creemos que son saberes que se van perdiendo, en La Salamanca todos los varones aprenden a tallar, su admiración por Andrés hace que sueñen con tallar como él.
Nos reconfortan con una merienda deliciosa, con bollería casera y mermeladas de frutas de estación. La mesa invita a seguir charlando y allí nos quedamos un largo rato tomando nota de recetas que en casa intentaremos replicar.
Luego de haber aprendido cestería, a bailar y a cocinar, aún queda una experiencia más por vivir.
Yariguarenda, un recorrido por su naturaleza
El día comienza temprano por la mañana para aprovechar la temperatura más suave. Nos espera un treking de una hora por un paisaje increíblemente verde. Nuestros guías locales son expertos observadores de aves, no solo porque desde pequeños su patio de atrás fue siempre el monte, sino porque se han capacitado y, binoculares en mano, nos ayudan a descubrir entre los árboles a varios pájaros que solo ellos conocen. Su canto los orienta y así damos con ellos.
El treking es para todo público, no se necesita ninguna experiencia, se toman descansos que se matizan con reconocimiento de distintas plantas y árboles. Hay varios miradores para la selfie que son imperdibles. La caminata concluye con jugos naturales bien frescos, de cosecha local según la estación.
Nuestro recorrido llega a su fin, no sin antes aprender sobre aquello que los guaraníes tienen hoy como principal eje de acción que es la transmisión de su lengua. Así tomamos una clase de guaraní y ¡hasta cantamos!
Visitar estas comunidades es una experiencia que vale la pena, y mucho. Invertir unos días de nuestro descanso en aprender, compartir, dejarnos guiar, atrevernos a los nuevos sabores, descubrir historias de nuestra gente para, de ese modo, ser partícipes testigos de un viaje al corazón guaraní de Salta.
Vos también podés ser parte de esta vivencia de turismo solidario y sustentable. Consultanos y programá tu viaje a medida: +54 11 4372 2709 / info@boomerangviajes.tur.ar
Este destino cumple con los siguientes sellos de sustentabilidad: